Universitat Rovira i Virgili

SPATIUM. Hipótesis y antecedentes

Hipótesis

Este proyecto de investigación se plantea tres hipótesis:


Antecedentes

La finalidad de este proyecto es analizar la calidad visual y la percepción social de paisajes protegidos y construidos como base para el estudio del uso público. Asimismo, se pretende caracterizar y dimensionar el uso en enclaves singulares de esos espacios a partir de su frecuentación, ocupación, apropiación y satisfacción de los usuarios y formular propuestas con la intención de promover la adecuación de los mismos al interés ciudadano.

De todos es sabido que el paisaje tiene un papel fundamental en los ámbitos cultural, medioambiental y social. Además, es una parte básica del patrimonio natural y cultural y contribuye al bienestar y calidad de vida de las personas. Así, el Convenio Europeo del Paisaje (2010) afirma que "el paisaje es un elemento importante de la calidad de vida de las poblaciones, tanto en los medios urbanos como en los rurales, tanto en los territorios degradados como en los de gran calidad, tanto en los espacios singulares como en los cotidianos". El conocimiento de sus características, en relación con su uso público, desde diferentes puntos de vista (objetivo, subjetivo y de percepción de la población) nos parece imprescindible. Los paisajes, cualquiera que sea su forma concreta, constituyen los entornos sobre los que se desarrollan los usos públicos.

Como justificación de la propuesta científica planteada trataremos de forma breve la relación conceptual entre el paisaje, el espacio y su uso público y algunos ejemplos del estudio de la calidad visual y de la percepción social del paisaje. A continuación abordaremos las formas de aproximación a los usos públicos de los paisajes en sus formas natural, protegida y urbana, junto a una descripción de sus elementos más relevantes. Por último consideraremos las formas de privatización de espacio público.

El uso público del paisaje

En su acepción tradicional podemos considerar el paisaje como una porción de la superficie terrestre que se divisa desde un punto determinado. Pero, considerar al paisaje como si estuviera vacío de vida es una abstracción forzada. El paisaje está compuesto por una combinación de elementos físicos y culturales. Cuenta, en primer lugar, con las cualidades físicas del área que son significantes para el hombre (hechos de sustento físico) y, en segundo lugar, con las formas de uso (hechos de cultura humana). El geógrafo Carl Sauer definió esa primera mitad como 'sitio' y lo consideró como la suma de todos los recursos naturales que el hombre tiene a su disposición en esa área, mientras que la segunda parte es su expresión cultural, vista como la impresión de los trabajos del hombre sobre el área o sitio. A la primera parte la denominó como paisaje natural y, en realidad, ya no existe de forma integral en el mundo. La segunda constituye el paisaje cultural (Sauer, 1925).

A lo largo del siglo XX el foco de atención pasó del paisaje al espacio. En las ciencias sociales se ha analizado el concepto de espacio como euclidiano, geométrico y abstracto, de líneas rectas que se entiende como un absoluto, como un contenedor inerte, autónomo y anterior a la vida social. La obra de Michel Foucault rompe con esa concepción rígida cuando afirma que "no vivimos en una especie de vacío, en el interior del cual podrían situarse individuos y cosas. (...) vivimos en un conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles los unos a los otros y que no deben superponerse." (Foucault, 1967, edición 1984). En esa línea de argumentación, el geógrafo Edward Soja (1980) considera que hasta ese momento se estudiaba el espacio como si fuera poco más que un decorado montado para dar soporte a los procesos sociales e históricos. Soja propuso distinguir entre el espacio percibido, concebido y vivido. El espacio percibido es un conjunto de prácticas que producen y reproducen la vida urbana. Se refiere a aquello que es real, a los elementos que aparecen en el espacio. El espacio concebido son aquellos pensamientos sobre el espacio y se refiere a una representación imaginaria, reflexiva y simbólica del mismo. Por último, el espacio vivido incorpora los dos aspectos anteriores de modo que el espacio es, a la vez, real e imaginario, actual y virtual, lugar de individualidades y de acciones colectivas (Estévez, 2012; Salcedo, 2002).

La preocupación por el espacio continúa vigente y es en la década de los 80 cuando emerge la Teoría de Actor-Red (TAR, Actor-Network Theory ANT) que propone una comprensión topológica del espacio compuesto por elementos heterogéneos en red (Cabrera, 2011; Estévez, 2012). Por su parte, la Teoría No Representacional, también denominada Teoría de las Prácticas, desarrollada por Nigel Thrift, considera el espacio como una realidad practicada de forma cotidiana. Así, la ciudad, por ejemplo, ha de ser comprendida a partir de los afectos (affective cities). Esta concepción está relacionada con la defendida por Hanna Arendt que considera el espacio público como un lugar para la acción, un lugar para la aparición (cit. en Estévez, 2012).

El estudio de la calidad visual y de la percepción social de los paisajes y su uso público

La valoración de la calidad visual de los paisajes precisa de la aplicación de métodos específicos que incorporen tanto las variables que los configuran como las interrelaciones espaciales y funcionales que los definen. En este sentido, la integración de las técnicas de evaluación multicriterio y los procesos de jerarquías analíticas en los sistemas de información geográfica permite realizar una valoración de su calidad mediante indicadores sintéticos. Existen ejemplos de aplicación de estas técnicas en distintos campos de la ordenación del territorio donde se tienen en cuenta factores económicos, ecológicos y sociales para la elección de una alternativa idónea o para la valoración de la calidad. La voluntad de este equipo de investigación es aplicar estos instrumentos para valorar la calidad visual de los paisajes desde una perspectiva técnica y objetiva, con la finalidad de interpretar el sentido de los usos que en ellos se dan.

En otra dimensión, la Convención sobre la Diversidad Biológica y el Convenio Europeo del Paisaje exigen la identificación de los valores sociales de los paisajes, con el fin de que éstos sean evaluados no sólo desde la biodiversidad o la productividad agrícola, sino también a partir de sus valores sociales y emocionales. La sociedad exige espacios en donde poder expresarse sobre aquello que les afecta directamente y que su participación sea tomada en cuenta por parte de la administración (Mateos, 2008). En ese sentido, este proyecto, además de incorporar herramientas que permitan analizar las características de los paisajes desde un enfoque objetivo, también considerará la percepción social de éstos. En relación a ello, la tecnología ha incrementado la capacidad de crear, compartir y movilizar la información y las ideas. Con la intención de dar respuesta a este problema, la cartografía social y la cartografía participativa pretenden una integración de métodos cuantitativos y cualitativos para entender las complejas interacciones que ocurren en el territorio. La cartografía social se puede definir como un método para promover y facilitar los procesos de planeamiento participativo y de gestión social en el proceso la ordenación y desarrollo de sus territorios. La elaboración de mapas de forma colectiva permite que el territorio, base de la vida social, pueda ser nombrado y cualificado. Las tecnologías de la información geográfica han integrado sistemas participativos, dando lugar a los sistemas de información geográfica participativos. Estos son herramientas y métodos geo-espaciales orientados a representar el conocimiento espacial de la población con el objetivo de apoyar el análisis y la toma de decisiones. En los últimos años se han utilizado herramientas basadas en internet de corte espacial para recopilar la valoración del público en general, como por ejemplo ArcGIS Online, software comercial que permite trabajar con un número variado de bases cartográficas donde los usuarios pueden localizar y caracterizar hechos y actividades. Otra posibilidad es la utilización de Google Maps (My Maps Pro) para facilitar la participación ciudadana a partir de encuestas online que permiten incorporar respuestas sobre un mapa (Bearman & Appleton, 2012; Brown & Brabyn, 2012; de Vries et al., 2013)

El uso público en los paisajes naturales y culturales protegidos

Los paisajes son los entornos sobre los que se desarrolla el uso público, una función que garantiza al ciudadano su derecho a disfrutar del patrimonio natural y cultural estableciendo las medidas necesarias para que este derecho no incida negativamente en la conservación de esos recursos. Un texto sobre la gestión de los espacios públicos en entornos protegidos define el uso público como un "conjunto de programas, servicios y equipamientos que, independientemente de quien los gestione, deben ser provistos por la Administración del Espacio Protegido, con la finalidad de acercar a los visitantes a los valores naturales y culturales de éste, de una forma ordenada, segura y que garantice la conservación, la comprensión y el aprecio de tales valores a través de la información, la educación y la interpretación del patrimonio" (Manual de Europarc-España, citado en Mateos, 2008). Pulido resalta la importancia de la función social del uso público en espacios protegidos indicando que son un conjunto de prácticas que la administración pública ha de garantizar a la ciudadanía (Pulido, 2005).

El conocimiento y valoración del paisaje, junto al establecimiento de los usos y la determinación de los impactos a los que están sometidos, es básico para desarrollar usos públicos de calidad. La calidad visual del paisaje, entendida como el grado de excelencia de este, permite su valoración (Ramos, 1987). La evaluación de este parámetro se ha planteado desde dos enfoques: a partir de las decisiones de los expertos y el basado en la percepción social del paisaje. El primero, el técnico o experto, ha predominado en el ejercicio de la gestión territorial, mientras que el basado en la percepción queda acotado a la investigación. Ambos enfoques aceptan que la calidad del paisaje deriva de la conjunción entre sus características biofísicas y los procesos de percepción por parte del observador (Daniel, 2001). Es este sentido, los recursos proporcionados por las tecnologías de la información geográfica pueden ayudar conseguir un equilibrio entre ambas perspectivas.

Además de su valoración visual es imprescindible (1) determinar la tipología de los usos, su ubicación y sus dinámicas; (2) dimensionar la frecuentación, ocupación y apropiación de estos espacios; (3) determinar los conflictos e impactos a los que están sometidos y (4) caracterizar sociodemográficamente a los usuarios teniendo en cuenta su nivel de satisfacción. Todo ello permitirá, por un lado, realizar una gestión eficiente de los mismos y, por otro, facilitará el acceso y disfrute por parte de la población.

Los paisajes naturales y culturales protegidos están compuestos por diferentes unidades y son contenedores de determinados elementos singulares y equipamientos. Entre los primeros consideramos imprescindible destacar playas, ríos, lagunas o bosques de especial atractivo, mientras que entre los segundos encontramos senderos o áreas de equipamiento colectivo. A todos ellos hay que prestarles una especial atención puesto que son recursos limitados y frágiles y tienen funciones de uso público.

El uso público en los paisajes construidos

La calidad de vida en las áreas urbanas es el resultado de la interacción entre las personas y el paisaje construido. En este sentido, los espacios públicos de las ciudades contribuyen de forma positiva a la calidad de vida (Nasution & Zahrah, 2012) de modo que su análisis es de gran interés para comprenderlo y mejorarlo. La corriente denominada urbanismo del paisaje (Landscape urbanism) toma como ámbito de acción principal el espacio público, considerándolo como un contenedor de la memoria y del deseo colectivo, así como un lugar de la imaginación geográfica y social (Peimbert, 2014). Este movimiento presupone que la ciudad contemporánea puede ser aprehendida e intervenida a través del paisaje. La ciudad debe ser entendida como un todo, donde el diseño del espacio construido es únicamente una parte de la definición del espacio público. Su comprensión precisa un análisis de sus funciones e interrelaciones (Magrinyà & Maza, 2001).

Los espacios urbanos contienen numerosos elementos singulares de uso público que merecen atención. Es el caso de los espacios verdes y parques, playas y paseos litorales, áreas portuarias, ámbitos patrimoniales y de simbolismo urbano, entre otros. Una definición amplia de espacios verdes es la aportada por Leonel Fadigas que los define como "el conjunto de áreas libres ordenadas o no, recubiertas con vegetación, que desempeñan funciones de protección del medio ambiente urbano, de integración paisajística o arquitectónica o de recreo" (Fadigas, 2009). Desde el punto de vista social, la función principal de los espacios verdes es mejorar el bienestar de los residentes, proporcionándoles un lugar para relajarse, socializar y hacer deporte, en definitiva, mejorar su calidad de vida (Adinolfi et alt. 2014). Un mejor conocimiento de los espacios verdes precisa un análisis comparado de los cambios cuantitativos y cualitativos, así como de las características físicas de los mismos, para evaluar el confort ambiental, la seguridad, la accesibilidad, la intimidad y la intensidad de las interacciones sociales (Vasilevska et alt., 2014). Esta valoración objetiva se ha de completar con la percepción que los usuarios tienen de estos entornos, referencia para realizar remodelaciones o planificar nuevos espacios acordes a las preferencias de los ciudadanos.

Las playas urbanas y los paseos marítimos constituyen importantes espacios singulares de uso público, con una fuerte carga en la imagen urbana. La presión del uso que la sociedad ejerce sobre las playas urbanas genera impactos ambientales de modo que es necesario compatibilizar su función pública como espacio de recreación con la conservación y el equilibrio de la ribera del mar. En este sentido es necesario pensar en estos espacios no como un anexo más a la trama urbana, o como una prolongación de los paseos litorales, si no como elementos singulares del paisaje con personalidad propia que han de ser analizados para un mejor conocimiento y una mejor planificación y gestión (Jurado & Pérez Albert, 2014). Otro de los espacios singulares costeros con una morfología bien definida que podemos encontrar en una ciudad es el puerto, elemento central de la imagen de las ciudades costeras y pieza clave de la evolución urbana. En las últimas décadas hemos asistido a la substitución de usos tradicionales por otros de carácter recreativo, lúdico y cultural; se abandonan espacios ya obsoletos para los usos propios del puerto y se reintegran al tejido urbano siendo reutilizados por la ciudad. Los puertos son espacios singulares donde coexiste lo público y lo privado. Así es posible encontrar la sede de una administración o museos de carácter público junto a hoteles o comercios privados (Bruttomesso, 2004). Su estudio es interesante desde la perspectiva de su evolución, de la substitución de usos y de la apropiación que la ciudad hace de ellos hasta convertirlos en verdaderos espacios públicos.

La privatización del espacio público

Hoy en día estamos asistiendo a un proceso de privatización de los espacios públicos en estrecha relación con la debilidad de la administración pública y la reducción, en teoría, de sus gastos. La privatización de los espacios públicos adquiere diversas formas. Las más evidentes son las barreras físicas de calles, plazas o parques. Sin embargo, su estudio debe incorporar también la instalación de cámaras de vigilancia, terrazas y veladores, o la apropiación de la vía pública por el tráfico rodado. En algunas zonas urbanas concretas, los procesos de privatización del espacio público son de gran relevancia. Los planes de revitalización de los centros históricos conllevan su mejoramiento y embellecimiento, pero también la colonización del espacio público, con intensos cambios de usos, de mobiliario, de la escena urbana. A estas formas de privatización hay que añadirle otras más sutiles como la apropiación de los espacios públicos por determinados grupos sociales que coartan su libre uso por parte de la ciudadanía o la pérdida de identidad del lugar por la profusión de publicidad y rótulos (García, 2005). Una tendencia a la especialización de los usos del suelo, por un lado, y la dispersión del hecho urbano, por otro, generan paisajes y estructuras urbanas fragmentadas y segregadas (Bellet & Gutiérrez, 2012). Uno de los espacios pseudo públicos más emblemáticos son las comunidades cerradas o condominios (gated communities en Estados Unidos, barrios cerrados o "countries" en Argentina, condominios fechados en Brasil, fraccionamientos cerrados en México, villes privées o privatisées en Francia (Janoschka & Glasze, 2003; Prada, 2010; Thuillier, 2005), y se refieren a conjuntos residenciales, normalmente de alta categoría, vallados perimetralmente, que comparten infraestructuras y equipamientos de diversos tipos, en particular los de carácter recreativo deportivo. Suelen localizarse en zonas de condiciones naturales y paisajísticas privilegiadas y siempre con un buen acceso a la ciudad principal (Ueda, 2005). Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado, sobre todo en Estados Unidos y Latinoamérica, ámbitos geográficos de mayor implantación. Otro fenómeno con profundas consecuencias para el espacio público es el denominado Business Improvement Districts (BID), traducido como barrios o áreas de mejora o dinamización comercial en las que se da una colaboración entre la administración pública y la propiedad privada para la revitalización de la zona. La aplicación de estas formas de colaboración tiene consecuencias en la transformación de la ciudad y las relaciones y actividades de sus habitantes. Con el objetivo de la revitalización urbana se crean centros comerciales abiertos que funcionan como una superficie cerrada y hacen sentir al visitante que cuando pasea por las calles de su ciudad está paseando por un centro comercial cerrado o mall (Villarejo, 2008).

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